SOL MENOR

Avanzamos en silencio por Mejía Lequerica. Calle viva. Música, luces y voces de fiesta en el segundo piso de un edificio singular: la Casa de los Lagartos. Leo llega hasta el portal y grita hacia arriba: ¡Agnes! Pero nadie le escucha. Es imposible con tanto estruendo. Coge una lata del suelo y la lanza contra el balcón. ¡Agnes! De arriba nos lanzan un nutrido llavero que cae entre dos coches. Leo coge el llavero, selecciona la llave más grande y abre el portal. Enseguida vuelvo, nos dice. Pero Dani le sigue. Voy contigo, estoy muerto de
sed. Y yo tengo que ir al servicio, dice Gina. Así que al final entramos todos. Me preocupo por cerrar bien el portal.


Arriba nos abre AGNES, una mujer pequeña, regordeta, de pelo casquete oscuro y brillante. Se queda asqueada al ver a Leo: qué espanto, por favor. Tú tampoco estás muy allá, replica Leo y nos hace entrar. La música suena más fuerte: piano y voces de algunos chavales. Necesitamos provisiones, dice Leo. Whisky quieres decir, se queja Agnes. Seguimos hasta el salón, que es el lugar más animado de la casa. Chicos y chicas pululan por allí, grupos y castas varias, pijos mezclados con rastas y piercings, alguna señora junto al clásico hippie... Restos de Indignados que han quedado alojados allí tras las acampadas callejeras. Hay varios dormidos por los sofás, bebidos, drogados, ajenos al grupo que canta al compás del piano que toca RAVEL, un hombre menudo de pelo grisáceo y traje impecable. El alma de la fiesta. Dani se fija en que casi todos tienen vasos con bebidas pero no ve botellas ni nada. Está tan sediento que comienza a apurar varias copas abandonadas. Leo habla con un chico delgaducho y con barba, vestido con traje MILITAR de campaña. Parece como si ya se conocieran. Gina se marcha al servicio. Dani coge otro vaso más de una estantería. Se fija en varias fotos enmarcadas: Agnes de joven con su marido. Dani se queda flipado y me llama: Eh, que este tío de la foto es Leo. Leo de joven. Dani va hacia Leo, que sigue hablando con el militar. ¿Esta es tu casa?, le dice mostrándole la foto. ¡Y yo qué sé!, contesta violento y señala a Agnes: ¡Díselo a ella! 

Ravel termina de tocar entre aplausos y chiflidos adormilados. Se levanta y, hacer un brindis con su copa, descubre a Leo. ¡Il maestro Leonardo! Ravel corre y se le abraza. Fue mi profesor de literatura en el instituto, nos explica Ravel al vernos tan sorprendidos. Leo le quita el vaso a Ravel y se lo bebe de dos tragos. Los reunidos comienzan a despertar del letargo del concierto. Ravel les presenta: Y ellos son el último bastión: la Resistencia. Le Resistance. Me resulta absurdo, porque no conozco a ninguno de esos chicos. Quizá se trate de alguna nueva facción de Resistences. Al fin y al cabo, el movimiento nació de los Resistors y sus locuras informáticas que permitieron hackear el poder, además del atomizado grupo del 15M. ¿Está Manuel Zamora con vosotros?, pregunto. ¿Quién es Zamora?, dice Ravel. ¿No sois de la Resistencia?, digo extrañado. Ravel se encoge de hombros y llama a: ¡Fidel! Y se nos acerca el joven militar. ¿Conoces a un tal Zamora?, le pregunta Ravel. Sí, contesta el chaval, un buen cabrón que nos ha dejado en la estacada. Me resulta inconcebible, pienso. ¿Cómo va a abandonarnos Zamora? Cuando el hambre aprieta, dice ajustándose los galones, hasta los líderes caen. Olvídate de él.

Ravel toma a Leo del brazo y lo dirige hacia el piano. ¡Sol menor, maestro! ¡Ahí está la clave!, le dice sonriente a Leo mientras se sienta de nuevo al piano. Abrid bien el balcón. Los chavales abren ventanas y balcones. Ravel pide silencio: ¡Chssst! ¡Sol menor! Y ejecuta una breve y sonora melodía en sol menor. Suficiente para escuchar palabras extrañas cargadas de odio en la lejanía. GRITOS metálicos. ¡Escuchad su dolor!, nos dice Ravel. Y vuelve a tocar la melodía, más fuerte. Los gritos aumentan. Voces furiosas. ¿No es conmovedor?, dice y rompe a reír. Los demás le vitorean. Gina vuelve del servicio, mareada, mala cara. Se marcha de la casa sin decirnos nada. Voy a seguirla, pero antes le meto prisa a Leo: Quedan menos de cuatro horas para que amanezca. Leo le dice a Ravel que tenemos que cruzar la Castellana. ¿Alguno de estos tiene coche o lo que sea? Ravel se levanta y pregunta: ¿Qué hora es? Casi las dos, le contesto. ¡Perfecto!, dice sonriente. ¡Fidel, tráete la música! ¡Seguidme, rápido! Y camina hacia la salida cantando La Marsellesa: Allons enfants de la Patrie... Su divertida energía hace que casi todos se pongan en pie y le sigan.

Cuando bajamos las escaleras, Agnes asoma por la barandilla: ¡Dónde vais, Ravel, por favor, chicos, todavía queda mucho licor! Ravel se ríe: Ven con nosotros, querida, será divertido. Agnes se lo piensa pero se ve incapaz. Le falta energía y le sobra miedo. Fidel, el militar, se marcha con un equipo de música portátil y varios cd. ¡Leo, eres un canalla!, grita Agnes desde arriba ¡Siempre destrozándome la vida! Y cierra dando un portazo. 

3 comentarios:

Ana Coluto dijo...

Sinceramente, me cuesta creer que alguien tenga el cuerpo para fiestas. ¿Seguro que esos tipos son de fiar?
Y lo más importante, ¿quieres decir que la música puede ser de ayuda? Si eso es cierto, podría ser una nueva forma de diagnóstico... ¡no?
Uff, no sé. ¿No será una maldita encerrona? Andad con cuidado.

Ω dijo...

Sí, la verdad es que la desconfianza es lo que va a acabar con todos nosotros. A veces ya no me fío ni de mí mismo. Y de esta gente menos. Tranquila, Ana, y gracias por estar siempre ahí. Si es que eres tú realmente.

EL OBSERVADOR dijo...

¿Ves lo fácil que resulta engañaros adoptando otra personalidad?

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