CASA DEL PADRE

Corro por multitud de pequeñas calles que se van despertando a mi paso. Sombras veloces y susurros metálicos:

ANEXIÓN
ANEXIÓN
ANEXIÓN

Y más atrás, el grupo creciente de perseguidores dirigidos por Gina. Nuestra fiel… traidora. ¿Cuándo se rindió? ¿O quizá fue una de Ellos desde el principio, como dijeron los tipos del garaje donde la encontramos? Me escondo entre varias furgonetas y les dejo pasar. Corren como perros de presa, mirada al frente, objetivo claro. Ya estoy junto a la casa de mi padre. Calle Cañada. Me parapeto en los portales vecinos hasta llegar al número 24. Pulso discretamente el portero automático. Tensa espera, con el oído nervioso de tanto imaginar ruidos, o de sentirlos realmente. No contesta. Pero debo entrar, es mi único refugio. El portal es endeble, de aluminio y cristal. Estructura ligera, pero al empujarla resulta ruidosa. Debo dar un golpe seco y contundente. Y así lo hago, pero no se abre. Lo intento una vez más. Parece que escucho pasos y voces que se acercan. Doy un fortísimo empujón con toda la espalda. Por fin se abre. Entro y cierro. Veo siluetas corriendo por la calle. Pasan de largo.


Subo las escaleras, aunque me doy cuenta de que no tengo las llaves y no podré entrar. Escucho un televisor en el primer piso. Quizá me pudieran acoger los vecinos, aunque no sé ni quiénes son ya. Mejor no jalear, por si acaso. Sigo hasta el segundo. Quizá pueda esperar

allí, en el rellano. Pero veo que la puerta de mi padre está entornada, mecida levemente por el viento. ¿Estará él dentro? ¿O quizá sea una trampa tendida por Ellos? Gina, pudiera… No, ella no sabe dónde vive mi padre. Me decido a entrar. Abro muy despacio. El pequeño recibidor y el salón. Todo tranquilo, como siempre. Quizá algo más revuelto. Un par de revistas en el suelo. Nadie en el dormitorio ni en el baño. La cocina.  Abro la nevera. Un par de frutas PODRIDAS. Los armarios tampoco tienen alimentos. No sé cómo hemos podida llegar a esto. Es como una guerra civil pero sin armas y con todo el hambre del mundo. Abro el grifo. Agua turbia. Estoy a punto de dar un trago, pero ese color tan sucio… Me vengo abajo y rompo a llorar. Una cosa tan simple como el agua…

Voy hasta el dormitorio de mi padre. Una habitación sencilla, pero cargada de libros, revistas y música. La cama está deshecha. Una caja de aspirinas sobre las sábanas. Al asomarme por la ventana veo a varios GRUPOS en la calle, buscándome. GINA está dándoles instrucciones a todos. Me aparto de la ventana y bajo la persiana despacio. La habitación queda en penumbra. Me tumbo en la cama. Tan cansado... Me fijo en los cd de música clásica. Las típicas ediciones baratas de algún periódico. Por supuesto, Vivaldi está incluido. Cojo el cd de LAS CUATRO ESTACIONES. Lo meto en el DISCMAN que tiene en la mesilla. Selecciono el Verano. Me pongo los cascos y... PLAY. La energía de Vivaldi me tranquiliza, hasta que recuerdo que... Saco el MÓVIL de la mochila y miro la pantalla. NO HAY MENSAJES NUEVOS. Irene… ¿cómo estará? Ahora pienso en el poco sentido que ha tenido este viaje, esta absurda aventura. Vivaldi se lleva todos mis pensamientos. Me tumbo. Y el cansancio me vence...


Me he quedado dormido, con los cascos puestos. Y aunque la música ha terminado, no llego a escuchar la puerta de la casa, que se abre. ALGUIEN entra. Pantalones bien planchados y zapatos oscuros. Lleva BOLSAS con compra. Deja las cosas en la cocina y se le cae un bote de tomate. ¡Clonk! El ruido me sobresalta. Me pongo alerta y me levanto. Salgo en silencio al pasillo. Desde allí veo a mi PADRE en la cocina, colocando los alimentos en la despensa. ¿Dónde estabas?, le pregunto. ¿Qué haces aquí?, me responde sorprendido. Yo le digo que Han tomado todo el barrio. ¿Quiénes?, pregunta él confuso. Ellos, le digo. ¿Y quiénes son ellos?, dice ajeno a la situación. Están ahí fuera, le digo. Mi padre se asoma a la ventana. Se ven los primeros transeúntes del día. Gente normal. Se vuelve hacia mí y me mira fijamente, sin comprender. ¿Cómo te encuentras?, le pregunto.Bien... bien. Fue sólo un ataque de ansiedad. Los nervios, que lo controlan todo, ya sabes... Me ofrece un Aquarius de naranja: Toma. Está frío. Mi boca polvorienta se pone a salivar. Pero cuando estoy a punto de cogerlo, reflexiono y pregunto: ¿Dónde lo has conseguido? Mi padre me sonríe y responde con naturalidad que: En el mercado. Abre la lata. La LUZ que entra por la ventana SE INTENSIFICA e ilumina con fuerza a mi PADRE. Salgo corriendo de allí. 


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