FAMILIA DESESPERADA

Continuamos caminando por la calle de un antiguo barrio. Conviven casas viejas y nuevas. Leo pasea al ratón con el hilo como si fuera un perrillo. Entonces escuchamos un LLANTO. El DOLOR de un NIÑO. Y las palabras desesperadas de una mujer. ¡Por favor, mi niño! ¡Por favor, aguanta! Buscamos el origen de los llantos. Vienen del centro de la calle. Del balcón abierto de una casa vieja. ¡Oiga!, grito desde abajo, ¡Soy médico! ¿Puedo ayudar? Se asoma una MUJER consumida, cerrándose la bata. Nos observa a los tres con desconfianza. Soy médico, insisto para tranquilizarla. La mujer se vuelve adentro. Deja ya de jugar al buen samaritano, me dice Leo. Además, ¿no querías ver a tu padre? En ese momento se escucha un zumbido y el portal se abre. Entro decidido. Dani me sigue. Leo se queda fuera con el ratón, ladeando la cabeza.

Es un portal muy viejo. Escalones desvencijados. Está que se pudre, dice Dani mirando asqueado alrededor. Quédate aquí, que vengo enseguida, le digo y me enfilo hacia arriba. Evito tocar el pasamanos, que parece a punto de caerse. Llego al primer piso y la mujer me abre. Me deja pasar.

La sigo por un oscuro pasillo. Decoración rancia, óleos cuarteados, óxido. ¡Mi niño... que ya no puede más!, explica con voz quebrada. ¿Tiene vómitos y diarrea?, pregunto. ¡Si ya no le queda nada que expulsar!, me dice llorando. ¡Lleva dos días sólo con sorbos de agua turbia!

El NIÑO, de unos dos años, está tumbado encima de unas mantas, sobre la mesa del comedor. Su llanto es ahora débil. Ojos entornados. Saco el fonendoscopio de la mochila y le ausculto. Mientras le examino me fijo en la triste habitación. En una esquina, casi como disecada, hay una ANCIANA de luto. Me mira con sus brillantes ojos negros. Sobre una estantería un par de FOTOS. Se ve a la madre hace unos años, con un hombre. Un hombre que me resulta familiar porque es… ¡Es Manuel Zamora!, digo incrédulo. ¡Sí, sí, Manuel Zamora!, responde asqueada la madre del niño. Saco de la mochila un fajo de carteles y se los muestro: ¡Yo también soy de la Resistencia! La mujer da un manotazo a los carteles y salen volando. ¡Cómo está mi niño, joder! Me lo pienso un momento antes de responder un silencioso… mal. Está mal. La mujer se echa a llorar. Y en un arranque de rabia tira las fotos de Manuel Zamora al suelo: ¡Su hijo se muere y él está por ahí prometiendo una vida nueva a los demás! ¡A todos menos a su familia! Saco la galleta que me queda de la mochila y se la ofrezco: Désela mojada en agua, muy disuelta. Estamos hartos de subsistir, dice nerviosa. ¡Hartos de las migajas de la gente...! Lo siento, pero no tengo nada más, digo mostrando la mochila vacía. Ella asiente. Me dirijo hacia la salida. Si vieras a Manuel..., me dice la mujer, dile que no nos ha dejado otra salida. No entiendo a qué se refiere hasta que grita: ¡Anexión! El corazón me da un vuelco. Me fijo en la anciana de ojos negros, que casi sin fuerzas susurra: … anexión... Y la habitación comienza a iluminarse con esa horrible LUZ DOLOROSA. Salgo corriendo y me tapo los oídos para amortiguar los gritos de las mujeres y las punzadas de Ellos. El pasillo se va haciendo cegador. Me pongo a chillar mientras atravieso las TINIEBLAS DE LUZ.


Salgo al rellano de las escaleras y cierro la puerta de golpe. Por las rendijas comienzan a filtrarse HACES DE LUZ. ¿Qué pasa?, me pregunta Dani asustado. ¡Corre, abre el portal!, le digo mientras bajo corriendo las escaleras. Dani intenta abrirlo pero no hay pestillo ni interruptor. Escuchamos a Leo desde fuera que trata de abrir a empujones. ¡Tirad fuerte!, nos grita. La luz crece en todo el portal y las VOCES METÁLICAS nos rompen por dentro. ¡Están tomando todos los pisos!, deduzco

horrorizado mientras Dani da patadas al portón. Subo de nuevo al rellano del primer piso. ¡Qué haces!, me grita Dani. Abro la ventana del rellano. ¡Ven, corre!, le digo, ¡Hay que saltar! Dani se acerca confuso: ¿Para qué? Le digo que el edificio de enfrente puede que esté libre. ¿Y si no lo está?, dice angustiado. ¡Salta ya!, le ordeno. Pero se queda bloqueado. No hay tiempo, así que salto yo primero… y caigo al patio interior. Poca altura pero me duelen los tobillos. ¡Venga!, le insisto al chico. La luz mortal asoma por la ventana, detrás de Dani. Traga saliva y salta. Le ayudo en la caída. Vamos a la puerta que da al edificio de enfrente. No está cerrada. Menos mal.  

Leo, mientras, continúa golpeando el portal. Desde allí observa cómo los balcones del primer piso comienzan a iluminarse. Y los de los pisos contiguos se van contagiando. Los gritos metálicos se solapan pinchando tímpanos. ¡Están tomando toda la calle!, advierte Leo y echa a correr. Al torcer la esquina nos ve viniendo hacia él y nos grita: ¡Hay que salir de aquí! ¡Se está propagando la anexión por todo el barrio! Las luces se van multiplicando por las ventanas. Y los chillidos son ya millones, avalancha de ecos y siluetas fugaces. Leo señala a la izquierda: ¡Vamos allí, a la arboleda de esa plaza! Le seguimos corriendo.

El parque está libre. Es un cruce de caminos. Lugar natural. Todavía vivo. Nos dejamos caer en un banco. Dani se tumba en el suelo. Resoplamos hasta recuperarnos. Dani se fija en los edificios de alrededor y se da cuenta de que… ¡Eh, que estamos ya casi donde mi novia! Se levanta y señala: Es por allí. ¡Vamos! Y se enfila emocionado. Leo y yo apenas podemos levantarnos, pero no debemos perder de vista al crío loco éste. Suena un nuevo MENSAJE en mi MÓVIL.

IRENE
*****

Un poco de ánimo para seguir adelante.


1 comentarios:

Ana Coluto dijo...

Cuidado con las llamadas que se reciben. Yo he tenido una experiencia terrible.

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