DANI SE ENTREGA


Según nos aproximamos a la calle donde vive su novia, Dani se pone más nervioso. Sonríe y señala a la siguiente calle: Es ahí, donde los balcones rojos. Se atusa el pelo y se recompone la ropa. Bueno..., dice dispuesto a despedirse de nosotros. Espera, dice Leo, y saca al RATÓN con el hilo atado. Deja al roedor junto a la fachada. No recorre ni cincuenta centímetros cuando comienza a CHILLAR de dolor. Leo tira rápido del hilo antes de que el bicho se ponga duro. Lo recupera al borde del desmayo. El ratón reacciona al volver a la calle libre. Lo siento, hijo, dice Leo 
apenado. Dani respira hondo: No pasa nada. Ya me lo imaginaba. Venga, vámonos, les digo caminando en la otra dirección. No, dice Dani, Yo me quedo. Me vuelvo hacia el chico y le miro a los ojos: ¡Daniel, que esa calle está tomada! ¡Que ya lo sé, joder!, responde furioso, Pero he venido para quedarme con ella. Miro a Leo incrédulo ante la estupidez de Dani. Y le insisto: La que está ahí ya no es tu novia, ¿es que no lo entiendes? Pero Dani no se da por vencido: Si el hospital donde está tu padre estuviera tomado, ¿tú qué harías? Volverme, respondo convencido. Ya, dice Dani, Volverte para qué. Volverte a nada. Yo paso. Y se enfila hacia la calle. Pero yo le sujeto de un brazo. ¿Me quieres soltar? Leo intercede: Anda, venga, chaval, vente con nosotros. Nada, ni caso. El chico está decidido. Y yo le grito que: ¡Si entras ahí te estás matando!, ¿me oyes? ¡Te vas a convertir en otra persona diferente! ¡Es como morir!, ¿no te das cuenta? Pero Dani no se violenta conmigo, sino todo lo contrario. Me sonríe y me suplica dulcemente: Déjame ir, por favor. Tan convencido está que nos desarma. Le suelto. Se recompone la ropa una vez más. ¿Y qué les digo a tus padres?, le pregunto apenado. Dales un beso, contesta mientras me abraza y me besa en la cara. Y diles la verdad: que estoy con ella. Una sonrisa de plena felicidad. Leo asiente. Admira la determinación del chaval. Dani se enfila hacia la calle tomada. No me puedo creer que vaya a hacerlo. Venga, iros, por favor, nos suplica. Leo me coge del brazo y me obliga a moverme. Por detrás advertimos el incremento de la LUZ. Y los ruidos metálicos. Y el DOLOR de DANI, que grita: ¡Anexión! Y yo no puedo más y me vuelvo hacia él, hacia la luz cegadora, y le digo que ¡Eres un gilipollas! Y caigo hundido al suelo. Es un gilipollas…, pronuncio ahogado entre lágrimas. La calle ha devorado a Dani. Y la luz se apaga. Oscuridad. Y silencio. A excepción de mi amargo llanto. Incontenible. Me da tanta vergüenza. Siento tanto miedo. Y tanta pena por este mundo…


2 comentarios:

Ana Coluto dijo...

Ay, cuántos amigos hemos perdido de la misma forma. Cada día hay más anexiones. La gente se rinde. Yo a veces me pregunto por qué seguimos adelante.
Espero que podáis aguantar.

aaronson dijo...

Me ha dado pena lo de este chico, pero a la vez... no sé, como esperanza. QUé huevos, ¿no? HAcer lo que uno cree, a pesar de todo. Bravo, chaval! Aunque ahora ya... es uno menos en nuestra lucha.

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