EL RETIRO (II)

¡La televisión sembró el odio entre nosotros y luego se alió con Ellos!, continúa arengando el joven militar. Eso es verdad, dice Leo: ¡Hay que acabar con la tele! Sí, claro, casa por casa, se burla Dani. ¡No!, dice el militar mientras se saca del bolsillo una BOMBA casera con un detonador adherido: ¡Voy a reventar el Pirulí! Ey, chaval, dice Martín, ¡cuidado con eso! ¿Qué pirulí?, pregunta la niña. Torrespaña, dice el militar: El centro de emisiones. A Leo le encanta la idea: ¡Yo me apunto! Además, nos pilla de camino al hospital. ¡Estáis colgados!, dice Dani.

De pronto, UN GRITERÍO. Un grupo de unas veinte personas con luces y palos, golpean a alguien en el centro. ¡Es uno de Ellos! ¡Tenemos a uno de Ellos! Cada vez se une más gente al grupo. Los RELÁMPAGOS se propagan con más frecuencia. Dani, Leo y el militar van hacia allí. Martín retiene a su hija. Consiguen ver entre el bullicio al hombre detenido. ¡Es RAVEL! Heridas en la frente, brazos, traje desgarrado... ¡Yo no me he rendido!, explica Ravel: ¡Dejadme en paz! ¡Soy solo un músico! El militar reacciona y les grita: ¡Yo le conozco! ¡No es uno de Ellos! Levanta a Ravel del suelo. El gentío les rodea: ¡Seguro que éste también es uno de Ellos! Les cierran el paso y comienzan a apalearlos. ¡Estáis locos!, les grita Leo. ¡Quietos! El militar intenta detonar su bomba, pero se le cae al suelo. Leo consigue hacerse con el pequeño artefacto y se lo guarda.

Alejado unos metros, el CONDUCTOR del autobús, contempla la escena. Hay varias personas junto a él a la espera de su señal. Dani les ve. ¡Joder, han entrado! RESPLANDORES cada vez más potentes inundan el lugar. ¡Corred! ¡Están tomando el parque!, chilla Martín enloquecido. La gente corre despavorida. El conductor y sus secuaces se lanzan al ataque. ¡La salida de arriba es la más cercana!, dice Martín tirando de su hija. Todos le siguen.

Gina y yo advertimos la revuelta a lo lejos. Gritos. Golpes. Relámpagos. ¿Qué pasa?, pregunto confundido. Vamos, me dice Gina cogiéndome de la mano.

A la salida norte del Retiro llegan Dani, Leo, Martín y su hija. El portón está entornado y la gente se agolpa intentando salir por la rendija. Al llegar allí, unos individuos se encaran con Dani y Leo: ¡Eh, estos también venían con el militar! Y se disponen a lincharles. ¡Noooo!, intercede Martín: ¡Son gente libre! Y entonces comienzan a golpear a Martín. Dani coge a la niña de la mano y tira de ella. ¡Papá! Y se apelotonan en el portón. Los RESPLANDORES les ciegan. Pero tras varios empujones... consiguen salir. A través de las verjas ven que la niña se ha quedado dentro del recinto. Dani intenta volver a por ella pero Leo tira de él. ¡Corre, idiota! ¡La calle está tomada! Los relámpagos ya no reducen su intensidad. La calle se va empapando DE LUZ.

Cuando Gina y yo llegamos, vemos a la gente apelotonada en el portón, matándose por salir. La luz va CEGANDO el lugar. Me vuelvo en la otra dirección y empujo a Gina. ¡Corre! Caminamos casi a ciegas, tactando las verjas para seguir el perímetro del parque. ¡Hay que buscar otra salida!, digo. Nos cruzamos con extrañas siluetas, estruendo y chillidos. Pero nada nos detiene.

En la salida sur del Retiro nos escondemos tras unos arbustos. Es una zona con la luz más tenue pero variable. Se escucha todavía el GENTÍO. Los gritos en la distancia. Carreras veloces. Sombras. Unos metros más allá está el PORTÓN de la salida sur abierto. No podremos escapar, dice Gina agotada. Hay que esperar el momento, digo. Va a dar igual: ¡esa calle está tomada!, dice Gina. Mira, le digo señalando una entrada del METRO en la esquina de la calle. Si conseguimos entrar en el metro estaremos a salvo. Gina, desesperada, ladea la cabeza: ¡Es mejor rendirse ya! Se levanta y GRITA. ¡No!, digo tirando de ella. Varios merodeadores se dirigen hacia nosotros. Me levanto de un salto y cojo a Gina de un brazo. Tiro de ella hacia la salida. ¡Venga, corre! Y aunque ella se niega, la arrastro con tanta fuerza que consigo moverla. Tenemos a los perseguidores casi encima. La LUZ vuelve a crecer. Y cruzamos el portón.

Pero la CALLE es más cruel.
La luz más INTENSA.
El DOLOR mayor.

Gritamos hasta entrar en la BOCA DEL METRO.

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