VECINOS - HAMBRE - ANEXIÓN

Llaman a la puerta. Tres golpecitos. Permanecemos en silencio... Hasta que vuelven a llamar. Más fuerte. Saben que estamos aquí. La luz de las rendijas nos delata.

Insisten. Voy...

Abro una rendija. Es JOSÉ y su mujer, la oronda de BERTA. Me susurran angustiados que han tomado Cea Bermúdez. Ya lo sé, les digo y les hago pasar. También viene con ellos DANIEL, su jeringado hijo adolescente.


Berta se echa a llorar, como si nos faltaran problemas. Dice que está descompensada del azúcar. Se aprovechan de que soy médico para que les provea de alimentos. José me dice que hace un rato casi se le desmaya en los brazos, que está fatal de verdad. Se fijan en el paquete de galletas de Irene. No me queda más remedio que ofrecerles alguna. Y otra para el chico, que aunque se contiene está muerto de hambre. Al final la acepta, pero se la da a su madre. Su gorda y llorona madre, que se antepone a su hijo. 

José cree que ya no tienen alternativa: rendirse no puede ser peor que morir. ¡Qué locura! Ya me temía que alguno terminaría por plantearlo. En cuanto el hambre aprieta, se acaban todas las convicciones.

Vuelven a llamar a la puerta. Abro rendija. Son CARMEN y ANDRÉS, vecinos de arriba. Carmen anuncia lo que ya sabemos de Cea Bermúdez. Para todos parece suponer el fin y no es más que otro largo tramo que queda intransitable, solo eso. A Andrés le cuesta más darme la otra noticia: ¿sabes lo de tu padre? La verdad es que no tengo ni idea. Pues ha tenido un infarto y se lo han llevado al hospital esta tarde. Está en el Gregorio Marañón. Esta noticia sí me pilla en frío. Desde que empezó toda esta disparatada situación apenas pensaba en él. Vive en Moratalaz y parece que es un barrio prácticamente libre. Papá... pienso mientras me asaltan mil imágenes veloces... José me dice que mañana tiene que hacer un reparto a Atocha y que si quiero me lleva con él. Se lo agradezco, aunque no sé todavía lo que voy a hacer.

Daniel, el chaval jeringado, pide apuntarse al viaje para visitar a su novia que vive allí cerca. Su padre se niega en rotundo. Su madre finge un nuevo mareo y se apropia de otra galleta. El azúcar...

Carmen grita que estamos locos por fingir tanta normalidad. ¡Estamos rodeados! ¡Y ya no puedo más! ¡Pido que votemos! Le imploro a Carmen que no siga adelante. Pero Berta también quiere votar, no soporta pasar los días a base de galletas. Prometo que mañana conseguiré alimentos para todos y que antes de lo que piensan recobraremos la normalidad de siempre. Carmen alza el brazo y grita !ANEXIÓN! Berta y José se suman: ¡ANEXIÓN! Andrés está lívido, y su mujer aprovecha la confusión para obligarle a la ¡ANEXIÓN!

Cuatro a favor. ¡Son mayoría! Me abrazo a Irene para soportar el dolor del cambio, pero... nada ocurre. No hay potentes luces, ni aromas extraños, ni daño alguno a pesar de que la anexión debe estar consumada. Pero Daniel, el jovencito, nos sonríe divertido y señala la barriga de Irene. El niño cuenta. Es una vida al fin y al cabo. ¡Empate a cuatro! Respiro hondo, incapaz casi de contener el llanto por los nervios.

Carmen nos odia: ¡Por la mierda de la democracia estamos así!, grita, ¡que por lo que dice una mitad se jode la otra! Y se marcha con Andrés dando un portazo. José y Berta también se van, no sin sisar otro par de galletas. Daniel va detrás de ellos, sumiso, pero sonriente: los jóvenes hemos salvado la papeleta, dice guiñando un ojo.

Me abrazo a Irene. Todavía está confusa. Durante un momento temí que votara a favor. Y temo que vuelva a planteárselo.

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