Pasamos por delante de distintas zonas ajardinadas. Nos seguimos cruzando con corros de jóvenes diseminados por las praderas, hablando, riendo, besándose. Labios cálidos. Húmedos. Dani les mira encandilado. Gina se separa del sendero y se mete tras unos arbustos. ¿Qué haces?, pregunto. Vigila, por favor, me dice apurada mientras se baja las bragas y se agacha. El resto del grupo sigue caminando.
Y llegan hasta una pradera donde les esperan otros familiares de Martin. Se sientan con ellos, con la niña también, y charlan como si fuera un picnic. Más alejado está el militar, todavía confuso, recordando a Ravel. De fondo, suaves notas de guitarra y cantos susurrados de los chicos que hay alrededor. Leo saca el RATÓN del bolsillo y lo deja en la pradera. ¡Hala qué guay! ¡Mira, papá!, dice la niña. Martín sonríe. Escóndelo o alguien lo usará de cena, aconseja a Leo. ¡Qué asco!, dice la niña. ¿Y no pensáis iros nunca de aquí?, pregunta Dani. Cómo, responde Martín señalando alrededor, ¡si estamos rodeados! Aunque yo todavía tengo esperanza. Mira a esta gente. Algún día volveremos a la normalidad. Y para qué, dice Leo amargado, el mundo ya tenía calles y barrios tomados antes de que vinieran Ellos. Ya, se queja Dani, tú lo que pasa que como vives al margen de la sociedad todo te resbala. ¡Eeeeh, se enoja Leo, que los mendigos no nacen en la calle, chaval! ¡Que muchos tenemos casa, pero no nos dejan entrar porque están tomadas, pero no por Ellos, sino por nuestras mujeres, que son peores, y te largan a la mínima y se quedan con todo! La niña corre a abrazar a su padre. Leo coge al ratón violentamente y se lo guarda.
Voy paseando con Gina, en silencio, solos. Es todo tan absurdo..., confiesa ella, a veces me da la sensación de que peleamos contra la nada, no sé por qué tenemos que resistir. Es nuestra identidad, le digo, lo más importante. Si dejas de ser tú misma, ¿qué te queda? Estoy ya cansada..., dice cerrando los ojos. Esta mañana he perdido a mi hermana... sin ningún sentido... Lo siento, digo. Gina sigue con su relato: Llevaba meses prometiéndola ir al Parque de Atracciones... y es gracioso, porque al final ella se ha quedado con ese mismo olor a electricidad que hay allí, cable quemado, ¿sabes...? Le paso una mano por el hombro para animarla. Gina aprovecha la caricia y se me pega entera. Me abraza. Un RELÁMPAGO sobre la ESTATUA del Ángel Caído. El DOLOR en el rostro de la figura.
Mientras, en la pradera, Leo y Dani continúan discutiendo. A mí la libertad me da igual, dice Dani. ¿De qué me vale ser libre si no puedo estar junto a mi chica, que es lo único que quiero? Leo sonríe: Ya… ¿y si su calle estuviera tomada? ¿Y si fuera una de Ellos? ¡Nooo!, dice la niña espantada, ¿A que no? Dani sonríe a la niña y niega con la cabeza. Pero llegado el caso de que fuera así, asegura Dani, me anexiono y ya está. Sí, dice Leo, aquí muy machito pero luego no hay cojones. La niña se tapa los oídos. Dani se levanta, harto: ¡A mí me da igual lo que me pase si estoy con ella! ¡No hay que luchar por las ideas sino por las personas! ¡Ole tus huevos, chaval!, dice Martín. La niña aplaude. El militar se levanta y grita: ¡Hay que acabar con la televisión! ¡La tele tiene la culpa de todo!
Bajo la estatua del ángel, Gina sigue abrazándome. Frota lenta y sensualmente su cuerpo contra el mío. Me ruborizo. Me falta arrojo. Intento separarme pero el deseo me debilita. Ella me acaricia el pelo. Lo hace tan suave como si me pasara una pluma. Y se me pone carne de gallina. Cierro los ojos mientras ella aproxima su boca. Me acaricia las mejillas con sus labios. Y yo me dejo hacer… hasta que… PITIDOS del MÓVIL. Reacciono y me separo. Saco el móvil del bolsillo y leo el nuevo mensaje:
IRENE
*****
Respiro hondo. Gina echa a andar. Un nuevo RELÁMPAGO cubre la plaza.
1 comentarios:
Fernando!! Me encanta todo lo que escribes de las calles tomadas... ¡produce auténtico terror! cuando lo estoy leyendo lo empiezo a imaginar en mi mente como si estuviera sucediendo en la realidadXD Por cierto la foto del Estanque del Retiro es preciosa.
Publicar un comentario