REGRESO

Antes de salir a la calle vigilo movimientos desde el portal. De vez en cuando cruza alguien por delante, pero sin correr. Tipos sin prisa. Alguno camina leyendo. Al salir me ciega el SOL veraniego. Entre la luz distingo a los paseantes. Gente que va a lo suyo: trabajo, recados, asuntos… Me armo de valor y me mezclo con ellos. Vigilo sus ojos para ver si me miran. Creo que algunos me espían a lo lejos. Me pongo los cascos del discman y pulso play. Las cuatro estaciones me protegerán. Camino con la cabeza agachada, intentando no cruzar la mirada con nadie.
 
Una PARADA de AUTOBÚS. Nadie en la marquesina. La línea me lleva cerca de mi casa. El bus llega. Sólo tres pasajeros. Quizá sea una trampa entrar en esa jaula con Ellos. Pero volver caminando hasta casa es más peligroso aún. Entro. Y pago el billete para no levantar sospechas. El conductor ni me mira. Voy a los asientos finales, alejado del resto de pasajeros. Cuatro o cinco paradas sin novedad. Observo al conductor a través del retrovisor. Veloz cruce de miradas. O eso parece. Vuelvo a poner el verano de Vivaldi. El bus se detiene y… suben unos cuantos pasajeros. Se aproximan con sus caras secas hacia mí. Subo el volumen a tope y tarareo la melodía. Me miran con extrañeza y se sientan alejados. ¡Funciona! La música me protege.  

Cruzamos por el puente donde Gina se descubrió. Recuerdos tan recientes y a la vez tan lejanos, que parecen de la vida de otro.

El bus pasa frente al HOSPITAL.
Hablando con Leo a la entrada.

El bus ante la calle de la novia de Dani.
Dani me besa antes de entregarse a Ellos.

Los balcones de la madre del niño moribundo.
Dani y yo saltando al patio interior.

Las calles que fuimos...
... explorando con los ratones guía.

El Metro…
… sitiados en el túnel por Ellos.

El Retiro...
... Gina y yo abrazados bajo el Ángel Caído.

El paseo de Recoletos...
... el autobús veloz enfureciéndoles con la música.

La casa de Leo...
… los chicos alrededor del piano de Ravel.

Una noche eterna. ¡La música se corta! Las PILAS del discman están GASTADAS. Doy un golpe seco. Nada. Al levantar la mirada, veo que... el bus va LLENO de GENTE. Estoy completamente rodeado. Tarareo la música mientras golpeo el discman. La gente me mira. Me han descubierto. Saben quién soy. El último hombre libre. El bus se detiene en una parada. Me levanto y les voy empujando hasta que consigo salir. Corro desesperado por la calle. Tarareando a gritos. Casi ahogado. Paso por delante de…

La plaza de los mendigos.
Leo tumbado en el banco con el plano de la ciudad.

Por la calle silenciosa, con la Luna...
... reflejada en la ventana. Y nosotros gritando.

El chaval violento que tira y rompe su moto.

Gina enfrentándose a la gente del garaje.

Dani a punto de ser devorado por la calle.

La gente se aparta a mi paso.

Y por fin llego a casa.

Subo veloz las escaleras, casi trepando. Pero me detengo al escuchar VOCES. Charlas silenciosas, leve algarabía. Veo a Andrés, el vecino simpático, entrando en mi casa con un reluciente ramo de FLORES.

En el salón veo a todos los VECINOS reunidos agasajando a IRENE, que está tumbada en el sofá. A su lado, una pequeña CUNA. Andrés deja las flores sobre la mesa, junto a una impresionante CESTA DE FRUTA FRESCA. Y entonces me ve. ¿Dónde estabas?, me pregunta. Todos se vuelven y me miran. ¡Vaya chavalote!, celebran,
¡Enhorabuena! Camino lentamente hacia la cuna. Los vecinos se apartan y cruzan miradas. Irene está muy nerviosa. Me asomo y veo al NIÑO. Abre los ojitos y comienza a gimotear. Llantos que se convierten en GRITOS. ¡Atronadores! Me tapo los oídos para evitar que me sangren. Irene se levanta y atiende al niño. Yo ya no puedo más. Me dejo caer en una silla. ¿Qué habéis hecho...?, gimoteo. Andrés coge una MANZANA de la cesta de fruta y me la ofrece: Come algo, anda. Manzana tan brillante… tan apetitosa… tanto hambre... La cojo temblando. Irene me mira con el niño en brazos. Una sonrisa dulce, maternal. Y yo trago saliva… acerco la manzana y… doy un BOCADO. ¡Crack!

Todos me SONRÍEN mientras LA LUZ…
LO INUNDA TODO


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