EL MAPA

Llegamos a una plaza con un parque escondido entre los módulos modernos de un mercado. Hay una zona infantil, vegetación poco cuidada. Dani va hasta la fuente, presiona el botón y sale agua. Abundante, limpia y fresca. Ni se te ocurra beber de ahí, le prevengo. Han metido filtros con bacterias en todas las fuentes. Estarías con diarrea en un minuto. Dani se
deprime viendo correr el agua. Gina nos lleva hasta una pequeña zona de bancos tras los columpios. Cartones y botellas de vino. Papeles, suciedad, mal olor… 


Hay varios MENDIGOS dormidos, diseminados por los bancos o bajo los árboles. Gina habla con algunos. Les hace preguntas. Se irritan. Uno se violenta y le grita. Nosotros nos ponemos nerviosos. A mí no me gusta este plan, sea el que sea. Gina sigue preguntando. Por fin le indican y señalan a LEO, un mendigo mayor y regordete, tumbado en un banco, de cara al respaldo. A pesar del calor, lleva un largo abrigo gris, andrajoso, y botas oscuras de invierno. Vamos hacia él. Gina le toca un par de veces para despertarle, pero ni caso. Debe estar borracho. ¿Eres Leo?, pregunta Gina. Nada. No me gustan los mendigos de los otros bancos. Algunos están despiertos y nos observan. Vámonos, le digo a Gina. Pero ella insiste: Leo... ¡Leo! Un RATÓN escala por la barriga de Leo. Gina chilla, el ratón se asusta y se esconde en el abrigo de Leo, que se despierta por fin. Ojos deslumbrados, rostro ancho, barba revuelta. Nos mira confuso. Leo... necesitamos ir a un sitio, dice Gina. Al hospital Gregorio Marañón. Y a mí qué..., responde, y se vuelve a tumbar. Necesitamos tu mapa, dice Gina, ver la ruta.
 
Dani se fija en un par de mendigos que vienen hacia nosotros. Vámonos, me susurra, no me molan estos tíos... Gina insiste: Leo, por favor, sólo queremos consultar el mapa. Leo saca un desgastado mapa turístico de un bolsillo y lo tira al suelo. Gina se agacha y lo despliega. Las calles tomadas están marcadas con rotulador rojo.
Barrios enteros, avenidas... Dani se entristece: Joder, el Bernabéu también. Ya puede tachar Cea Bermúdez y Malasaña, le digo a Leo. ¿Malasaña?, dice Leo reaccionando por fin. Vaya... adiós al café. Saca un rotulador rojo y me lo ofrece: Haz el favor, anda. Y yo tacho esas calles. Está claro que el mapa no nos sirve. Las calles están cambiando constantemente. Leo se incorpora en el banco. Al principio, ¿os acordáis?, decían que tomaban las calles por distritos postales. Y es que lo parece. Mirad. Señala las demarcaciones. Pura coincidencia, le digo. ¿Cómo ha hecho el mapa? Con la ayuda de estos colegas, me dice y saca el ratón de su bolsillo. Gina se aparta asqueada. Leo nos explica que, si la calle es dudosa, suelto a uno de estos y corretea pegado a la fachada. Si se queda duro, así como de piedra, en medio de la calle, pues ya sabes, a tachar la calle. El tufillo de Ellos es puro matarratas. 


¿Qué llevas ahí?, me dice uno de los mendigos señalando mi mochila. Sólo medicinas, respondo protegiendo la mochila. Dámela, exige. Leo se incorpora: Mecagoen... ¡Me vais a joder la durmienda! Coge una de las botellas y se la lanza al mendigo a la cabeza. Impacto brutal. El mendigo grita y llora. ¡Venga pa tu barrio!, le grita Leo. Los mendigos se alejan entre llantos e insultos. Tengo que ir aquí, le digo a Leo señalando el punto del hospital en el mapa. Leo ladea la cabeza. No he llegado nunca a esa zona. Las marcas que hay son de informaciones ajenas. De cualquier forma... la mejor ruta es por aquí: Alcalá y O'Donnell. ¿Y además, para qué quieres ir allí? ¿Eres médico? Sí, le contesto. Y mi padre está ingresado en ese hospital. Ah…, reacciona Leo, un padre son ya palabras mayores. Se sienta en el banco, mareado, y rebusca entre sus botellas. Todas vacías. Habrá que desayunar, ¿no? Niña, dice a Gina, pliega el plano que nos vamos. Gina le obedece. ¿Vienes con nosotros?, pregunta Dani a Leo. No, responde digno, ¡vosotros venís conmigo! Y se pone en pie, pero la resaca le hace tambalearse. Le ayudo a sostenerse. Leo señala a la derecha. Por allá. Y echa a andar con una notable cojera. Joder..., murmura Dani, así no vamos a llegar nunca. Leo se vuelve hacia el chico y le advierte que: Tengo la pierna dormida, soplapollas. Dani enrojece. Y los demás nos reímos. Las primeras risas del viaje. Nos sienta bien. 

Al abandonar el parque, salimos a una calle. Vamos por aquí, arrimados a los árboles, dice Leo señalando los alcorques. ¿Para qué?, pregunta Dani. A Ellos les espanta la vegetación, dice Leo cogiendo unas cuantas hojas de los árboles. Por eso vivimos en la plaza: estamos protegidos. Y más durante la noche, porque como dicen Ellos... ¡La noche es para dormir!, coreamos todos. Otras risas. Dani coge una hoja de un árbol y la besa. 

Suena un ZUMBIDO, tipo timbre. Nos detenemos. Es mi móvil. Me han enviado un mensaje:

IRENE
*****

¿Qué pasa?, pregunta Dani. Nada, respondo, que todo va bien en casa. Leo sonríe: cuánto me alegro. Le explico que mi mujer está embarazada. Espléndido momento para traer a un niño, se ríe el viejo. Es cierto. Pero la vida no se planea. Caminamos pegados a los troncos. En fila india. Guiados por los árboles. Leo va perdiendo la cojera. Vamos entrando en calles más estrechas, pero más vivas. Lugares que dan aire a la noche. Y nos cruzamos con algunos paseantes nocturnos. Algún grupo. Algún grito. Alguna risa. Algún beso…

Quizá sea la Luna, tan despejada. O la brisa. O la compañía...
... pero todavía huele a ciudad LIBRE.



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