EL HOSPITAL


Leo y yo caminamos en silencio por una larga y ancha avenida. Vamos pegados a los árboles. Leo va tocando los troncos. A veces los huele. Media hora tardamos en llegar al HOSPITAL Gregorio Marañón. Subimos las escalinatas. Pero al llegar a la entrada, Leo se detiene y me dice que: Te espero aquí, que a mí los hospitales... Asiento con la
cabeza y entro. Casi prefiero que se quede ahí fuera.

La RECEPCIÓN del hospital es una sala amplia, moderna. Pero SIN LUZ. No se ve a nadie por allí. Aunque se escucha una VOZ LEJANA, constante, salpicada por algún quejido. Alguna tos. Nadie en los pasillos. Entro en el mostrador de información para consultar el ordenador. Tecleo el nombre de mi padre y el monitor muestra: JOSÉ VELASCO RUIZ - HAB. 107

El pasillo de la primera planta también está en penumbra. Las habitaciones tienen las puertas abiertas y surgen luces tenues de los TELEVISORES. La VOZ que se escuchaba era de la tele y se reproduce por el pasillo en forma de eco. Al cruzar delante de las habitaciones veo los televisores encendidos y PACIENTES con miradas perdidas en los suculentos programas de COCINA.

Habitación 101... 103... 105... Hombres y mujeres, ancianos la mayoría, tristes, moribundos. Alguna queja. Algún pinchazo. Hambre. Dolor. Asco. Todos olvidados.

Por fin llego a la 107. Entro. No hay nadie. La cama está hecha. Y el televisor encendido. Tampoco hay nadie en el pequeño servicio. ¿Papá?, susurro…

Me vuelvo al pasillo. En la 105 escucho un leve llanto. Entro y veo a una ANCIANA desatendida, con la goma del suero atascada. Limpio la vía y estiro la goma. La vieja me agradece casi sin fuerzas. Acaricio su frente sudorosa. Pelos grises, mustios de tanto dolor. Me sonríe y se duerme sin advertir mis lágrimas. En la cama de al lado hay un cuerpo cubierto por la sábana. Asoma un brazo. Sin pulso. Hará un par de días que ha muerto. Su ropa está revuelta a los pies de la cama. Su cartera entre medias. Me fijo en el DNI: ¡MANUEL ZAMORA! Mira la foto. Efectivamente es el líder de la Resistencia. Destapo el cadáver. Es él, aunque con la cara muy hinchada, amoratada, la lengua fuera. Le han ESTRANGULADO con una corbata. Escucho un RUIDO a su espalda. Hay luz en el SERVICIO. Me aproximo a la rendija de la puerta y abro despacio. Sentada en el inodoro hay una ENFERMERA mayor. Mirada confusa, enloquecida. Me susurra algo que no llego a entender. Me acerco a ella y pego el oído. La mujer respira hondo y me dice: Ellos... están aquí. Me quedo lívido con la noticia. Aunque no es tan raro en un hospital lleno de ancianos, casi muertos la mayoría. Es lógico que se hayan vencido. Aunque no sé si pueden pedir la anexión estando fuera de sus casas. No sé si las pequeñas habitaciones que ocupan pueden considerarse hogares. Toma la mano de la enfermera y la tranquilizo. Vamos fuera.

Salimos al pasillo. La mujer mira espantada a todos lados. La pregunto si ¿Sabe dónde está el paciente de la ciento siete? Se llama José Velasco. Es mi padre... La enfermera niega con la cabeza y sigue adelante. Al fondo del corredor, a través de una cristalera nublada, se ven SOMBRAS en movimiento. ¡Son Ellos!, me dice, Es el cambio de turno. Nos volvemos hacia el otro lado del pasillo. De pronto... PITIDOS del MÓVIL. Inoportuno mensaje de Irene. Las sombras del fondo se agitan y CHILLAN a la vez. ABREN la PUERTA de golpe. Son SILUETAS como de ENFERMERAS, muy veloces. Echo a correr mientras se va ENCENDIENDO todo el pasillo. Las sombras DEVORAN a la enfermera mayor.

Bajo corriendo las escaleras y me enfila veloz hacia la recepción. Los FLUORESCENTES del techo se iluminan. Las siluetas de las temibles ENFERMERAS asoman por las escaleras. Atronadoras VOCES METÁLICAS. Acelero y me TROPIEZO con ALGUIEN de frente. Me pongo a la defensiva y… ¡es GINA! La sorpresa me dura un segundo porque hay que salir corriendo. ¡Vamos! La cojo de la mano y tira de ella hacia afuera. Las siluetas toman la sala.

Bajamos veloces las escalinatas del hospital. ¿Dónde está Leo?, pregunto buscándole con la mirada. No sé, contesta Gina, Entró conmigo... y luego lo perdí dentro. Ya no podemos hacer nada por el viejo. Continuamos sin parar calle abajo.

Bajamos por la ladera de un parque que da a la carretera. Nos fijamos en el horizonte de la ciudad. Está amaneciendo. ¡Van a empezar a tomar todas las calles! Gina ya no sabe qué hacer. ¿Dónde vamos?, me pregunta abatida. No lo sé, digo mirando alrededor, intentando orientarme. Estamos pegados a Moratalaz. Señalo al frente: ¡La casa de mi padre está allí, cruzando el puente! Y aunque Gina ya no puede más, yo continúo corriendo.

3 comentarios:

Ana Coluto dijo...

Es una auténtica pena lo de Manuel Zamora, se había convertido en un auténtico líder, en un ejemplo para todos los que luchamos contra Ellos.
Me has dejado muy triste. Al menos murió sin llegar a ser anexionado.

Seijas dijo...

A veces me pregunto si Zamora era realmente útil. Durante meses ha sido un líder necesario que al final, como todos, nos dejó tirados. Ya ves lo que dice su familia de él.

samu23 dijo...

Esto es cojonudo! PUes si nos ponemos a cuestionar a Manuel Zamora no sé qué nos va a auedar ya. Puta ingratitud de algunos listos.

Publicar un comentario