EL METRO

Gina y yo bajamos corriendo las escaleras de entrada al metro y llegamos al pasillo de las taquillas. Está en penumbra, con algunas luces de emergencia. Saltamos los tornos y seguimos. Gina me dice que me sangra la nariz. Ella misma me la seca con su mano. Extraña sensación de hermana mayor. Me fijo en un plano del metro en la pared. Trazo una ruta con el dedo: Estamos aquí. Mira... son sólo un par de estaciones hasta el hospital, aunque hay que hacer un trasbordo. Gina ladea la cabeza: A estas horas ya no hay trenes. No importa, digo, iremos por los túneles. Y nos enfilamos hacia el andén.

Un par de borrachos durmiendo en los bancos del andén. Gina y yo bajamos en silencio a las vías. Caminamos por el centro del oscuro túnel que nos conduce a la siguiente estación. Una hilera de luces de emergencia marcan el camino. El silencio es tranquilizador. Sólo el eco de nuestros pasos. Gina camina agotada, dando algún tropiezo. Saco un frasquito de la mochila y lo abro. Toma, le ofrezco a Gina, es glucosa. Pero ella no quiere. Venga, te vendrá bien. Nos detenemos. Gina coge el frasco y da un pequeño sorbo. ¡Aaagh! No le agrada el sabor. Y escupe. Yo le doy un traguito. Está rico, empalagoso.
Vemos UNA LUZ al final del túnel. Potente, cegadora. ¡Es un tren!, alerta Gina. ¡Imposible a estas horas!, digo yo: ¡Son Ellos! ¡Tienen el túnel tomado! La luz avanza hacia nosotros. Dentro del resplandor se observan SILUETAS de personas ACELERADAS. Nos volvemos rápido hacia atrás. ¡Debe ser que si la calle está tomada arriba se proyecta aquí abajo! Pero el otro lado del túnel también se ILUMINA. ¡Es una trampa! Las luces corren hacia nosotros en las dos direcciones. No hay escapatoria posible. Y cuando están a punto de devorarnos, las luces se detienen a pocos metros de nosotros. Observamos esas extrañas FORMAS HUMANAS entre los resplandores. ¡Estamos bajo una calle libre!, le digo a Gina, ¡Es una calle libre, y por eso no pueden tomarnos! Es cierto. Las luces acechan pero no pueden pasar la frontera de la calle superior libre.

Descubro una puerta oxidada en la pared. Un antiguo acceso. Empiezo a dar tirones para abrirla. Gina apenas ayuda. Consigo abrir una rendija. Las luces siguen acechando alrededor. Doy unos cuantos tirones fuertes y abro lo justo para pasar. Gina primero. En cuanto entro, cierro de golpe. Saltan cascarillas del óxido.

Oscuridad allí dentro. Me palpo los bolsillos y saco un mechero. Estamos en los pasillos de otra estación. Consulto los carteles que indican la SALIDA. Por allí. Echamos a andar hacia el fondo del corredor. Apago de vez en cuando para no gastar el mechero. No te separes, digo intentando tocar a Gina. ¿Dónde estás?, me busca ella. Aquí, tranquila. Mientras estemos a oscuras estamos seguros. Vuelvo a encender. Se escuchan leves SUSURROS a lo lejos. Quizá sean... Vuelvo a apagar por si acaso. Venga, vamos despacio...

De pronto un RESPLANDOR fuerte al fondo del túnel. ¡Mierda! ¡Vamos por el otro lado! Enciendo un momento para cambiar de dirección. Aceleramos el paso. Nuevos resplandores por detrás. A correr, aunque Gina ya no puede más. Se me APAGA el mechero. ¡Eeeh!, protesta Gina perdida. ¡Quieta, no te muevas de donde estés!, la pido. Unos segundos de oscuridad y... cuando consigo encender ya no la veo. ¡Aquí!, grita Gina. La veo entrando en otro pasillo. Voy tras ella pero el mechero arde y se me apaga. Sigue adelante, me dice Gina, sígueme la voz. Sigue... Un potente FOGONAZO me ciega. Varios FLASHES muestran a GINA corriendo. El pasillo se inunda de luz. Me echo atrás. ¡Sal de ahí!, grito a Gina. ¡Corre!, me pide ella. Y echo a correr en la otra dirección.

De nuevo oscuridad. Y silencio... Unos PUNTOS de LUZ a lo lejos. Avanzo hacia allí. Despacio. Cuando estoy más cerca, descubro que son LUCES de EMERGENCIA. Corro siguiendo las luces. Veo una taquilla al fondo. Y la SALIDA.

Al salir a la calle busco a Gina, pero no hay rastro de ella. Ni de nadie. Estoy totalmente desubicado. Hemos recorrido un buen trecho bajo el suelo. Y ahora temo entrar en cualquiera de las calles que tengo alrededor. A lo lejos escucho unas risas. Un PAR DE TIPOS agachados, como jugueteando. Caminan pegados a las fachadas de los edificios. Me dedico a seguirles en la distancia. Hay algo familiar en ellos. Me acerco sigiloso y cuando los tengo pegados me doy cuenta de que son Leo y Dani. Qué gran alegría. Y me lanzo a abrazarles. ¡Joderrr! ¡Qué susto!, se queja Dani espantado por mi súbita aparición.

¿Cómo habéis llegado hasta aquí?, les pregunto.


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