AUTOBÚS VIVALDI

Salimos a la calle en plena algarabía. Veo a Gina a lo lejos, marchándose. ¿Dónde vas?, digo yendo hacia ella. No me gusta esta gente, responde. A mí tampoco, pero nos van a llevar en coche. ¿Y te vas a fiar de ellos?, replica. Los acabas de conocer. Y a ti también te acabo de conocer, respondo. Anda, vamos. La cojo del brazo y la llevo hacia el grupo. Algunos chavales se disgregan canturreando, aunque la mayoría sigue a Ravel: Sé de un sitio magnífico junto al Retiro, nos dice, si es que no lo han tomado ya. Y rompe a reír y se detiene bajo la marquesina de una parada de autobús. Se sienta en el banco junto al l militar y otros tres chicos. Dani me mira desconcertado: Este tío lo flipa. Vámonos, anda, le digo. Y en cuanto empezamos a movernos, nos ciegan un par de faros potentes. Las luces de un AUTOBÚS de línea regular, que se enfila hacia la parada. ¡Siempre puntual!, sonríe Ravel. El autobús se detiene junto a la marquesina y abre las puertas. Ravel y sus colegas van entrando. Nosotros no sabemos qué hacer. Ni siquiera Leo. ¿No queríais cruzar la Castellana?, dice Ravel. ¡Pues venga! Así que nos subimos, resignados a esta extraña aventura. El autobús se pone en marcha. Agnes está asomada al balcón de su casa, llorando al vernos marchar. Se mete dentro, echa la cortina y apaga la luz.
 
El CONDUCTOR nos mira con desprecio. Demasiada chusma para esas horas. Huele a problemas. Ravel está seleccionando un disco de los varios cd que le ha dado el militar. Al fondo, en
la última fila, hay un par de viajeros aburridos, hartos, como si llevaran meses allí acurrucados. ¿Hacia dónde va?, le pregunto al conductor. Y me contesta mecánicamente que Recoletos, Prado, Atocha, Puente Vallecas... ¡Ey!, advierte Dani, ¡Que Recoletos está tomado! ¡Leo, díselo! Pero el conductor ni se inmuta: Hago la misma ruta desde hace veinte años, y no pienso cambiar ahora. Acelera. ¡Está zumbado!, se angustia Dani. ¡Venga, vamos a darles caña!, anima el jovenzuelo militar. Y abre el reproductor de música. Ravel sonríe y le da un cd. El chaval lo mete y sube el volumen a tope. Ravel anuncia: ¡Vivaldi! ¡Verano! ¡Presto! Risas. ¡Y en sol menor! PLAY 


El Paseo de Recoletos de noche, iluminada por las luces del autobús y los compases de este Verano dinámico, vibrante, y a todo volumen. El militar está asomado a una ventana y lleva el reproductor por fuera para que se oiga bien fuerte en la calle. ¡Vamos hijos de puta! ¡La noche es joven! 

La música va despertando a todos Ellos. 
Ventanas que se encienden.
Siluetas que acechan.
Que se duelen.
Que gritan.

Ravel va moviendo los brazos, dirigiendo la orquesta. El vehículo corre veloz por el ancho paseo. ¡La música es estruendosa! Gina se tapa los oídos y grita para soportarlo. Yo la abrazo para protegerla. A Dani se le escapa la risa. Es todo tan absurdo. Y peligroso. Leo se tambalea con la agitación. En las fachadas se cruzan FLASHES de un lado a otro. DESCARGAS ELÉCTRICAS. Y en vez de truenos, los gritos de Ellos propagándose. Cada vez más violentos. Furiosos. Brutales. Un RAYO da en el motor del autobús y la batería se muere. Se apagan las luces interiores. El vehículo comienza a dar tirones. El conductor pisotea el acelerador pero nada. ¡Me cago en su...! El autobús se va parando. Las luces y los gritos siguen avanzando de forma violenta hacia ellos. Leo abre a tirones la puerta de salida. ¡Venga, todos abajo! Nos vamos apeando empujados por los chavales, que salen escopetados. Ravel y el militar bajan con la música a cuestas. Pero el conductor se queda intentando arrancar de nuevo. ¡Vamos al Parque del Retiro!, decide Leo, ¡Ahí no entrarán! Avisamos al conductor pero nos ignora, solo le preocupa arrancar de nuevo. Nos vamos corriendo.

Tras unos cuantos metros, Ravel se siente incapaz de seguir. Se ahoga. El militar le anima: ¡Vamos! Pero Ravel no puede. Nos indica con la mano que sigamos. El militar se angustia. No sabe qué hacer. Deja el reproductor de música en el suelo y coge a Ravel por debajo de los brazos. Pero Ravel se niega a seguir: Da igual... de cualquier forma... hoy era mi último concierto... Vete, anda. Las luces, las siluetas y los gritos están ya muy cerca. El militar duda un momento más… le da un beso y se larga corriendo.

Las luces inundan el autobús. El conductor chilla. Violencia. Dolor. Furia. Ravel saca la petaca y la alza para brindar. La luz en su rostro. ¡Grandioso!, dice. Pero no le da tiempo ni a beber.

La petaca cae al suelo.
La música se apaga.
La luz devora todo.


 

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