calles tomadas

lista de calles tomadas de Madrid

HAN TOMADO CEA BERMÚDEZ

Anteayer comentaban que, desde la Fundación Jiménez Díaz hasta Islas Filipinas, se estaban fraguando tantas anexiones que Cea Bermúdez quedaría tomada de inmediato. Pero llevamos con tanto bulo que vivimos casi paralizados, y decidimos pasar el día en el centro de salud, atendiendo a nuestros pacientes con total normalidad.

Por si acaso, justo antes de cerrar, he recogido en una caja medicamentos básicos, fundamentalmente antibióticos. Y yendo de vuelta a casa, antes de entrar en mi calle, ya de noche, he hecho una foto de una placa de CEA BERMÚDEZ:


Acabo de procesarlo en casa con el photoshop
y ya no hay duda: ESTÁ TOMADA.

(Ver aquí el proceso de DIAGNÓSTICO por PLACA)

IRENE

Irene apenas es un recuerdo de la chica con la que me casé. El miedo te puede cambiar por completo. Y más cuando es constante. Acaba de refreír el último trocito de carne que nos queda en la mugrienta sartén. No la limpia para no desperdiciar los restos de aceite adheridos.




Irene roza la treintena, aunque por su aspecto enfermizo parece mayor. A pesar de estar demacrada, se palpa constantemente su prominente barriga. Sus ocho meses de agónico embarazo. Se desespera intentando que se mueva lo que lleva dentro. Coge con los dedos el pedacito de carne y mordisquea los bordes. Sólo pequeñas fibras para que le cunda más la cena. Y para dejarme algo a mí. Luego abre el grifo. El agua sale muy turbia, pero da un trago. Lo necesita para llorar.

En cuanto entro en casa la veo en pleno llanto, como casi siempre. Hace semanas que está totalmente vencida. Me harto de consolarla. Me aburre su voz trémula, siempre al borde de un desmayo que no llega nunca. Pero tengo que cuidarla porque lleva dentro a mi niño. Mi primer hijo.

Aun así, antes de que se lo digan los vecinos, me adelanto yo y le cuento que han tomado Cea Bermúdez y que no podré volver a la clínica, que por eso traigo estos medicamentos en la caja. Pero a ella lo que más le angustia es el mercado. ¡No podremos ir más al mercado!, dice amenazando con un nuevo llanto. Nos queda el mercado de Vallehermoso, digo para tranquilizarla, pero ella sabe que ¡Allí no les queda nada!

Saco un paquete de galletas de la caja de medicinas y se lo doy. Prometo que mañana Mario nos dará algo más. Ella se lleva el paquete a la cocina. La sigo y bebo un trago de agua turbia. Imagino una botella azul y fresca de Solán de Cabras... pero el paladar pelea con los residuos del agua y me devuelve a la realidad. Irene me pasa la sartén con el trocito de carne que queda. Prefiero que se lo coma ella. Lo necesita, aunque sea prácticamente basura.
  
Irene vuelve a palparse la barriga y asegura que el bebé no se ha movido en todo el día. Hago el paripé de siempre y le paso la mano por el vientre. ¡Seguro que está muerto!, insiste aterrorizada. No se tranquiliza hasta que saco el fonendoscopio del maletín y ausculto su barriga. Para convencerla le paso los audífonos. ¿Lo ves, tonta...? Sólo está dormido. Abro el paquete de galletas y le doy una. Se la come a mordisquitos, como un ratón nervioso, atemorizado. La beso en la cabeza. Como a una niña. Pero no la digo que está muy anémica, que necesita vitaminas, y ácido fólico para el bebé. Y ya no podemos recurrir a la clínica ni a las farmacias de la zona, desabastecidas de cosas básicas. Quizá haya que ir pensando en ir a algún hospital a adelantar el parto antes de que quedemos totalmente rodeados.
 

MAPAS

Este es el plano de CALLES TOMADAS de mi barrio y algunas arterias conocidas. Es importante que cada uno se ciña a su propio barrio o a una zona bien delimitada y compruebe por cualquiera de los métodos de diagnóstico el estado de sus calles. Es fundamental no rellenar con bulos y ruidos informativos. Nos estamos jugando mucho como para fiarnos de habladurías a la hora del cigarrito.


Ver calles tomadas en un mapa más grande

Que cada uno complete la información de su zona. Tu ayuda es nuestra salvación. La de todos.



VECINOS - HAMBRE - ANEXIÓN

Llaman a la puerta. Tres golpecitos. Permanecemos en silencio... Hasta que vuelven a llamar. Más fuerte. Saben que estamos aquí. La luz de las rendijas nos delata.

Insisten. Voy...

Abro una rendija. Es JOSÉ y su mujer, la oronda de BERTA. Me susurran angustiados que han tomado Cea Bermúdez. Ya lo sé, les digo y les hago pasar. También viene con ellos DANIEL, su jeringado hijo adolescente.


Berta se echa a llorar, como si nos faltaran problemas. Dice que está descompensada del azúcar. Se aprovechan de que soy médico para que les provea de alimentos. José me dice que hace un rato casi se le desmaya en los brazos, que está fatal de verdad. Se fijan en el paquete de galletas de Irene. No me queda más remedio que ofrecerles alguna. Y otra para el chico, que aunque se contiene está muerto de hambre. Al final la acepta, pero se la da a su madre. Su gorda y llorona madre, que se antepone a su hijo. 

José cree que ya no tienen alternativa: rendirse no puede ser peor que morir. ¡Qué locura! Ya me temía que alguno terminaría por plantearlo. En cuanto el hambre aprieta, se acaban todas las convicciones.

Vuelven a llamar a la puerta. Abro rendija. Son CARMEN y ANDRÉS, vecinos de arriba. Carmen anuncia lo que ya sabemos de Cea Bermúdez. Para todos parece suponer el fin y no es más que otro largo tramo que queda intransitable, solo eso. A Andrés le cuesta más darme la otra noticia: ¿sabes lo de tu padre? La verdad es que no tengo ni idea. Pues ha tenido un infarto y se lo han llevado al hospital esta tarde. Está en el Gregorio Marañón. Esta noticia sí me pilla en frío. Desde que empezó toda esta disparatada situación apenas pensaba en él. Vive en Moratalaz y parece que es un barrio prácticamente libre. Papá... pienso mientras me asaltan mil imágenes veloces... José me dice que mañana tiene que hacer un reparto a Atocha y que si quiero me lleva con él. Se lo agradezco, aunque no sé todavía lo que voy a hacer.

Daniel, el chaval jeringado, pide apuntarse al viaje para visitar a su novia que vive allí cerca. Su padre se niega en rotundo. Su madre finge un nuevo mareo y se apropia de otra galleta. El azúcar...

Carmen grita que estamos locos por fingir tanta normalidad. ¡Estamos rodeados! ¡Y ya no puedo más! ¡Pido que votemos! Le imploro a Carmen que no siga adelante. Pero Berta también quiere votar, no soporta pasar los días a base de galletas. Prometo que mañana conseguiré alimentos para todos y que antes de lo que piensan recobraremos la normalidad de siempre. Carmen alza el brazo y grita !ANEXIÓN! Berta y José se suman: ¡ANEXIÓN! Andrés está lívido, y su mujer aprovecha la confusión para obligarle a la ¡ANEXIÓN!

Cuatro a favor. ¡Son mayoría! Me abrazo a Irene para soportar el dolor del cambio, pero... nada ocurre. No hay potentes luces, ni aromas extraños, ni daño alguno a pesar de que la anexión debe estar consumada. Pero Daniel, el jovencito, nos sonríe divertido y señala la barriga de Irene. El niño cuenta. Es una vida al fin y al cabo. ¡Empate a cuatro! Respiro hondo, incapaz casi de contener el llanto por los nervios.

Carmen nos odia: ¡Por la mierda de la democracia estamos así!, grita, ¡que por lo que dice una mitad se jode la otra! Y se marcha con Andrés dando un portazo. José y Berta también se van, no sin sisar otro par de galletas. Daniel va detrás de ellos, sumiso, pero sonriente: los jóvenes hemos salvado la papeleta, dice guiñando un ojo.

Me abrazo a Irene. Todavía está confusa. Durante un momento temí que votara a favor. Y temo que vuelva a planteárselo.

RESISTENCES CLAUSURADO


El blog de RESISTENCES ha sido CLAUSURADO hace un rato. "Temporalmente fuera de servicio" nos han colgado en la página principal. Estamos intentando desesperadamente RECUPERAR todas las ENTRADAS PUBLICADAS. En el caso de que nos fuera imposible, os rogamos a los colaboradores que nos reenviéis vuestras entradas para insertarlas en un nuevo blog. Por cada blog que nos cierren, abriremos dos más.

Ω

MOTIVOS DEL VIAJE

23:59...
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Imposible dormir. Aunque Irene ha conseguido conciliar el sueño, respiración leve, silbada... Yo no paro de pensar en papá.


En el salón tengo una vieja cajetilla oculta tras unos libros. Y ha llegado el momento de encender unos de esos secos cigarrillos. Tabaco que cruje, salpica chispas, y un humo denso, casi doloroso, que se me pega a los pulmones. Mareíllo rápido, suave temblequeo de brazos. Y ahora me atrevo con el álbum de fotos. Sólo cuatro o cinco de mi padre. Casi todas de hace más de diez años. Hace mucho que no hacemos fotos, desde que mamá murió. En esta se le ve con pose regia, sonriente… y acababa de enviudar. No estaba bromeando, simplemente fingía. Se ha pasado casi toda la vida aparentando seguridad, saber lo que se hacía, pero con el tiempo acabas descubriendo los trucos de toda la gente. Especialmente los de tus padres. En fin… apago el cigarrillo y… me seco las lágrimas que me han aparecido sin aviso, casi sin dolor siquiera.

Limpio el cenicero en la cocina y tiro la colilla a la basura. Un golpe de hedor de esta bolsa de hace cuatro o cinco días. Apenas echamos casi desperdicios con tantas carencias. Ato la bolsa y cojo las llaves. Necesito sacarla de casa. No soporto tanta podredumbre alrededor.

Bajo andando los tres pisos para no llamar la atención con el ascensor. Cuando llego abajo, veo una silueta junto al portal. Es un chaval, y está oteando la calle desde dentro. No me atrevo a sacar la basura y decido volverme, pero el chico me descubre. ¡Ehhh! Es Daniel, el hijo de José y Berta. ¿Qué haces ahí?, le pregunto. Me dice que se va de casa y pulsa el botón para abrir el portal. Oye, venga, no hagas tonterías, intento convencerle cogiéndole del brazo. Pero él se zafa y dice que va a ver a su novia y no se lo puedo impedir. Mejor dejarlo para mañana, insisto cerrando el portal. Daniel se cabrea y vuelve a pulsar el botón mientras me grita: ¡Mañana puede que su calle esté tomada! ¡Y el hospital donde está tu padre también!

La frase funciona como un resorte. Tiene razón. El caos se está disparando y ahora todo es cuestión de días, casi de horas, y no se puede dejar nada importante para mañana. Le pido que me espere un momento y vuelvo a casa.

Me visto con el chándal apolillado y meto en una mochila parte de mi instrumental médico y un manojo de llaves. Me guardo una galleta y me como otra. Mochila al hombro, abro la puerta y… ¿Adónde vas?, me dice Irene que camina tambaleándose. Vuelvo enseguida, anda, vete a la cama. ¿Vas a ver a tu padre?, dice asustada. Puede que no llegue a mañana, digo apenado. ¡O puede que haya muerto ya!, me llora. No te vayas, por favor... ¡o déjame ir contigo! Estás muy débil, Irene, no avanzaríamos casi. Voy a intentar conseguirte ácido fólico en el hospital y algunas otras vitaminas. Pero Irene no se tranquiliza, tiene miedo porque si Carmen volviera y pidiera una nueva votación, ¡estaría en minoría! No abras a nadie, la ordeno, hazte la dormida, que yo volveré enseguida, ya verás. La beso en la frente y activo mi teléfono móvil. Enciende también el tuyo. Para qué, si están todos intervenidos, se queja. Le pido que me envíe un mensaje cada hora, un simple asterisco o una letra, y así sabré que todo va bien. Irene ya no tiene energías para discutir más. Me agacho y beso su barriga: Y tú ahí quieto, ¿eh, campeón?